Aquella tarde a Gabriela le preguntó su amigo Jacinto:
- ¿Qué has hecho hoy en la escuela?
- He hecho un milagro, respondió la niña.
- ¿Un milagro? ¿Cómo?
- Fue en el catecismo
- ¿Y cómo hiciste el milagro?
- Tenemos como profesora a una señorita que está muy enferma. No puede hacer nada ella sola, sólo hablar y reír.
- ¿Y qué pasó?
- La señorita hablaba de los milagros de Jesús. Y los niños dijeron: No es verdad que haya milagros. Porque si los hubiera, Dios te hubiera curado a ti.
- Y ella, ¿qué dijo?
- Dijo: Sí, Dios hace también milagros para mí.
Y los niños dijeron: ¿Qué milagro ha hecho?
Y los niños dijeron: ¿Qué milagro ha hecho?
- ¿Y entonces?, preguntó Jacinto.
- Entonces ella dijo: Mi milagro sois vosotros.
¿Por qué?, le preguntamos. Y ella dijo: Porque me lleváis los miércoles a pasear, empujando mi carrito de ruedas.
¿Lo ves? Hacemos milagros todos los miércoles por la tarde. La señorita dijo también que habría muchos más milagros si la gente quisiera hacerlos.
¿Por qué?, le preguntamos. Y ella dijo: Porque me lleváis los miércoles a pasear, empujando mi carrito de ruedas.
¿Lo ves? Hacemos milagros todos los miércoles por la tarde. La señorita dijo también que habría muchos más milagros si la gente quisiera hacerlos.
- ¿Te gusta hacer milagros?
- Sí. Tengo ganas de hacer un montón. Primero pequeños. Cuando sea mayor voy a hacer milagros grandes.
- ¿Todos los miércoles?
- Quiero hacerlos todos los días, toda la vida.
- ¿No te parece que la vida es también un milagro?
- No -dijo Grabriela-. La vida es para hacer milagros.
Martín Descalzo - Razones para el amor
No hay comentarios.:
Publicar un comentario