«Queridos hijos: en estos días les pido que se concentren en su preparación para el tiempo en que sus almas recibirán gracias excepcionales. En la fiesta del día de la consagración, la gracia de Dios Padre caerá sobre ustedes como lluvia del Cielo; entonces recogeré este rebaño escogido y lo juntaré con mis pastores escogidos. Únanse en un lazo de unión en nombre de mi triunfo.
Sepan, queridos míos, que Yo deposito mi esperanza en ustedes y a ustedes confío mi Corazón, en ustedes descansa la gracia de salvación para la humanidad.
Rueguen intensamente por el vicario de mi Hijo; unan su corazón al de Él de manera especial; ofrezcan en estos días todos los sufrimientos y alegrías como el sacrificio de ustedes para la consagración por la cual harán su promesa.
Entréguense del modo más virtuoso, miren hacia su prójimo antes que a ustedes, Dios Padre ve todo lo que hay dentro de sus almas; Él recompensará el amor y la misericordia con su propio amor, El hará justicia cuando se necesite.
Les suplico que junten este poderoso ejército de mi corte por que la batalla nos espera y solamente quedan unos momentos para que comience.
Queridos míos, yo soy su Madre, quédense como mis hijos; denme sus corazones porque yo les he dado el mío, confíenme todo lo que son que yo los moldearé en lo que deben ser». (Marzo 13 de 1993)
GUÍA
Nuestros corazones son poseídos por la fuerza de esta unión; este es el momento al que Nuestra Señora se refiere como el momento del intercambio. Cuando la consagración es hecha auténticamente con verdadero amor, es imposible que el alma no sea transformada; así es verdad, que cuando una persona le dice a otra que en la consagración su vida fue transformada, realmente manifiesta un cambio verdadero.
Esto sucede porque las fuerzas que se hayan reunido en la consagración están en un estado tan perfecto que en el momento intenso de gracia se crea una transformación que tiene lugar con tal magnitud, que no podría ocurrir de otra manera.
Dios ha dispuesto que esto suceda solo en este Reino Celestial de la consagración; nosotros comprendemos que es verdaderamente deseo y voluntad de Dios que el alma complete el acto de consagración.
DIRECCIÓN
Hacer llegar el alma hasta la presencia de Dios es el fundamento de la vida espiritual que consiste en tres formas: evitar el pecado, practicar la virtud y la unión con Dios. La presencia de Dios produce estos tres efectos: preserva el alma del pecado, la guía hacia la práctica de la virtud y la mueve para unirse con Dios por medio de un amor sagrado.
Para evitar el pecado, no hay mejor manera de resistir la tentación que convencernos que Dios tiene enfocados sus ojos sobre nosotros en cada momento; si nos mantenemos siempre en la presencia de Dios, con la conciencia de que Él lee todos nuestros pensamientos, oye todas nuestras palabras y observa todas nuestras acciones, esto nos preserva de la maldad en nuestros pensamientos, palabras y acciones.
El alma que permanece bajo su presencia divina, no busca solamente agradar a los demás, sino que sólo busca agradar a Dios; de este modo la virtud crecerá en el alma.
Finalmente, el alma crecerá rápidamente en gracia por medio de la constante unidad con Dios; esta unidad contiene una regla infalible: que el amor aumenta siempre con la presencia del objeto amado.
Son estos tres dones los que vienen en la gracia infundida del espíritu Santo en tu consagración.
MEDITACIÓN
¡Oh Inmaculado Corazón de María!, concédeme que yo te ame durante todo el resto de mi vida y que pueda ser eternamente tuyo, lleva mi corazón ante la presencia de tu hijo para que la llama de mi amor aumente. Ayuda a mi alma en la práctica de la virtud, tráele a mi corazón un abundante deseo de tener la fuerza y el coraje para convertirme en tu presencia dentro del mundo. Moldea mi alma para ser un soldado poderoso en tu corte y para desplegar la gracia de tu triunfo sobre la tierra.
Ruego, querida Madre, recibir estos dones infundidos en la venida del Espíritu Santo al momento de mi consagración.
«Que se alegren en el desierto, y que la tierra seca reverdezca y se cubra de flores la pradera. Que se llenen de flores como junquillos, que salte y cante de contento» (Isaías 35:1-2)
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