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lunes, 29 de febrero de 2016

Salmo 42


Salmo 42


Al director de coro. Poema. De los hijos de Córaj.

Como anhela la cierva corrientes de agua,
así, mi alma te anhela a ti, oh Dios.

Mi alma está sedienta de Dios, del Dios vivo,
¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?
Mis lágrimas son mi pan noche y día, 
mientras todo el día me repiten: ¿Dónde está tu Dios?

Recordándolo, me desahogo conmigo:
¡cómo entraba en el recinto,
cómo avanzaba hasta la casa de Dios,
entre gritos de júbilo y acción de gracias,
en el bullicio festivo!

¿Por qué estás abatida, alma mía,
por qué estás gimiendo?
Espera en Dios, que aún le darás gracias:
Salvador de mi rostro,

Dios mío. Cuando mi alma se angustia,
entonces te recuerdo,
pequeña Colina, desde el Jordán y el Hermón.

Una sima grita a otra sima
con fragor de cascadas:
tus oleadas y tus olas
me han arrollado.

De día el Señor me brinda su amor,
de noche me acompaña su canción,
la canción al Dios de mi vida.


Diré: ¡Oh Dios, Roca mía!,
¿por qué me has olvidado?
¿por qué he de andar cabizbajo,
acosado por el enemigo?

Por el quebranto de mis huesos
se burlan mis adversarios;
todo el día me repiten:
¿Dónde está tu Dios?

¿Por qué estás abatida, alma mía,
por qué estás gimiendo?
Espera en Dios, que aún le darás gracias:
Salvador de mi rostro, Dios mío.



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